La excelencia del servicio es un hábito.
La ideología cuantitativa sumerge a España desde hace décadas en dos falacias artificiales asumidas como dogmas disruptivos por los gestores públicos; la primera es que las cantidades de datos miden la calidad y la excelencia; la segunda es que la verdad es lo que dice la mayoría. La primera evalúa mal a personas y organizaciones, como predijo Donald T. Campbell en 1975. La segunda es la politización y sustitución de la ética, la autoridad y la verdad, por las cantidades de votos. La consecuencia es acusado declive económico, educativo, y moral, tapados por la propaganda y el aborregamiento general.
Se premia a embaucadores, el mejor investigador es el que más publica, repitiendo ideas, el mejor profesor el que mejores encuestas tiene. Universidades presumen pero ningún titulado monta nueva empresa. Así está el país, con el doble de paro que nuestros vecinos, los jóvenes no quieren trabajar en industria, restauración, sector agro-alimentario, construcción, cuidados, todos van a la universidad pública (subvencionada un 80%) para obtener un titulo que les permita hacerse funcionario, en un país con más funcionarios que autónomos. Los mejores emigrarán a ritmo de 400.000 anuales porque España reparte miseria, sustituidos por inmigrantes.
Las máquinas y algoritmos computacionales espían a través de internet registrando nuestra actividad que llaman datos. A espiarnos le llaman inteligencia, y hacerlo con máquinas, o algoritmos, lo llaman artificial. En los comunismos más feroces espiaban a la gente sospechosa colocando micrófonos en teléfonos y lugares de las casa donde habitaba o trabajaba el espiado. La película “La vida de los otros” cuenta muy bien la Alemania comunista anterior a la caída del muro de Berlín. Hoy internet y el uso de dispositivos móviles y cámaras dejan rastro de todo lo que hacemos. La intimidad es un lujo al alcance de desconectados.
Si a una persona la espían registrando sus movimientos y compras diarias, pues se hacen una idea hasta de lo que votamos. Lo inteligente sería tener una teoría sobre el comportamiento social, postularla y demostrarla; pero recoger datos por medios turbios debería ser ilegal. De inteligencia no hay nada, de fiable menos, porque una persona no es predecible a pesar de que somos seres de costumbres.
Pretender encontrar patrones a partir de datos, es como mucho la búsqueda de una hipótesis cuando no sabes nada. Acertar es una casualidad, sin embargo nos lo venden como científico. Mucha gente cree que cualquier cantidad suena a científico y es más creíble.
La ciencia misma se basa en la observación continuada de un fenómeno y la formulación de hipótesis, que suelen ser descartadas varias veces por la realidad, si hay contacto con ella. El camino que se recorre se llama investigación. Hay dos tipos de investigación, la valiosa y auténtica, que consiste en estudiar todo lo relativo al problema en estudio, sin hipótesis previas, dejándose sorprender, sin prisas. Hasta que se va construyendo una hipótesis, intuición, y si hay suerte confirmación de la hipótesis,
la prueba o demostración.
Todo lo contrario de lo que llaman inteligencia artificial, tomar decisiones precipitadas y aplicar la manera de investigar, que se llama de confirmación. Buscan “una parte de los datos” para postular patrones imaginados. Sin idea clara de lo que buscan, formulan conclusiones como verdades. Nadie puede discutirle porque solo ellos tienen los datos.
Si espías lo que hace repetidamente una persona lo sabes, porque somos seres de costumbres, pero no por inteligencia sino por insistencia, acoso e invasión de intimidad.
En cualquier caso es una parte de lo que le interesa a la persona. Sustituir una parte por el todo no es la realidad. Cuando lo importante es intangible: intención, generosidad, creatividad, empatía, lealtad, capacidad de captar interés, disciplina, improvisación, alegría, todo lo espiritual que hay en nosotros, eso no lo captan las máquinas.
La digitalización, el uso de los ordenadores para hacer tareas no es en sí misma ni inteligente ni estúpida, depende del uso que se haga. Los bancos han demostrado que la digitalización ahorra hasta el 60% del trabajo administrativo rutinario, que los clientes pueden hacer sin necesidad de presencia física. Todavía necesitamos dinero físico y cajeros, pero con el euro digital ni cajeros necesitaremos. Todo quedará registrado, nuestra intimidad eliminada.
La universidad pública demuestra que la digitalización puede multiplicar la burocracia digital y no reducir nada, por hacerse estúpida, o malvadamente, porque si se hace a conciencia para no disminuir el gasto público en personal, por motivos políticos, no es estupidez sino maldad. Cada empleo público superfluo implica más impuestos y más deuda. ¿Es inteligencia o malversación no ahorrar empleos públicos superfluos?
¿Es inteligente si con las plataformas digitales miles de personas se vuelven adictos al juego y arruinan sus vidas?
El pomposo nombre de “inteligencia” debería sustituirse por “memoria artificial”. En realidad los datos digitales de nosotros los tienen, pero si los usa un estúpido, no es inteligencia digital sino estupidez digital. Así que, la estupidez digital es el uso estúpido de los datos digitales. Darle un premio a un investigador que publica reiteradamente 30 artículos al año, es fomentar la delincuencia académica, falsificar la innovación y producir ciencia fungible.
Mucha gente confunde capacidad memorística con inteligencia. La memoria es necesaria para la inteligencia, pero hay gente con mucha memoria y poca inteligencia. Al estúpido no se le puede convencer, no transita a inteligente. La persona inteligente toma buenas decisiones, el estúpido toma decisiones que perjudican a los demás.
En la España actual, cualquier vicio con tal de que esté de moda pasa por virtud, como el uso de las métricas y los rankings, que son datos obtenidos por programas y algoritmos de búsqueda en internet. La excelencia ya no es el hábito de hacer las cosas bien, porque en ausencia de cualquier moral, el bien es lo que hace la mayoría. La inteligencia artificial y los datos de las máquinas contribuyen grandemente a la estupidez artificial de los gestores públicos tiranizados por rankings.
La estupidez es cualquier comportamiento que causa daño a los demás. El malvado es el estúpido que busca beneficiarse. La ignorancia puede evitarse, pero la estupidez y maldad es de por vida.
Hay criterios de evaluación artificiales, politizados y estúpidos. Los obedientes se sienten prisioneros porque su entorno de influencia necesitan promocionarse. En lugar de cambiar desde el momento que se identifica el error, para evitar el daño, siguen la corriente contribuyendo al aumento del mal. La educación y la investigación pública españolas llevan dos décadas empeorando por criterios de evaluación estúpidos. Prevalece la cultura del hacer saber, de la propaganda, en lugar del saber hacer continuadamente, que eso es la excelencia.
Las instituciones públicas deben buscar la excelencia del servicio público que prestan. Donald T. Campbell advirtió que la evaluación de personas u organizaciones no puede basarse en cantidades y que hacerlo degenerará y obtendrá resultados contrarios a los buscados. Las universidades producen montañas de publicaciones científicas que nadie lee, aunque citen, solo sirven para la promoción de investigadores.
Respecto a la educación universitaria, se evalúa la calidad docente por encuestas que los alumnos hacen con el móvil del profesor, cuando el profesor ha evaluado al alumno. Como los decanos se eligen también por los alumnos, la autoridad es de los alumnos. Las universidad públicas están vacías de universitarios porque las encuestas favorecen al profesor que enlata clases fomentando el absentismo. Las delegaciones de alumnos “denuncian” a profesores que no se pliegan a sus caprichos utilizando la fuerza de sus votos.
Las estrellas Michelin no se conceden a restaurantes por opiniones digitales arbitrarias; su prestigio se basa en opiniones de expertos anónimos que visitan y puntúan a los restaurantes. En la universidad pública la calidad docente se identifica por encuestas hechas con el móvil, por alumnos incluyendo los que no van a clase, ni saben sumar fracciones sin calculadora, o escribir sin faltas de ortografía.
No es solo la universidad pública. Si premias a un policía o inspector de hacienda, por el número de sanciones, pagarán inocentes por culpables. Si premias a un cirujano por el número de éxitos quirúrgicos, habrá pacientes de alto riesgo que morirán porque nadie se atreverá a intentar curarlo. Los indicadores cuantitativos empeoran la gestión pública y favorecen los atajos morales. Más ética y menos ranking artificial. Mas inteligencia natural y menos estupidez artificial es lo que necesitamos.