Votantes irracionales

 Los españoles no votan racionalmente ni hacen pagar a los gobernantes sus desmanes

En nuestra España fallida llevamos dos décadas donde la renta per cápita está estancada; en promedio, cada gobierno (Zapatero, Rajoy, Sánchez) nos endeudó 4100 millones mensuales; la división de poderes está rota; se vulnera la propiedad privada; no hay igualdad legal hombre/mujer; la clase media desaparece; 3,5 millones de españoles quieren trabajar y solo algunos pueden hacerlo precariamente; la educación está politizada; la ley no se cumple en las zonas separatistas; las pensiones de 11 millones de españoles se financian con deuda; la natalidad es negativa porque no hay empleos estables; la inmigración ilegal crece; se aprueban leyes totalitarias; la actividad privada se reduce y la pública aumenta; sin política exterior, energética ni de defensa; cada español dedica medio año de su renta solo a pagar impuestos (IRPF + IVA). Los políticos rinden cuentas al jefe del partido, no a los ciudadanos. Sostenemos una dictadura con urnas. Los españoles no podemos seguir votando a políticos que nos arruinan, ni que nos mientan sistemáticamente, nos hurtan la libertad. Votar es una acto moral, porque afecta a la vida de los demás. Aristóteles se equivocó, la conducta irracional es nuestra norma, la emoción prevalece. Una acción racional, es aquella que teniendo en cuenta el conocimiento de la persona, tiene mayores probabilidades de alcanzar su objetivo; si votando como lo hacemos estamos así, hay que cambiar. No se puede llegar a un lugar diferente, recorriendo el mismo camino. Los sesgos sociales y emocionales dificultan la racionalidad. Hay siete sesgos electoralmente irracionales: tradicionalistas; revanchistas; utilitaristas; forofos; reversibles, miedosos, y jóvenes. El tradicionalista es moderado, respeta la tradición familiar de clase media alta, vota lo que su familia siempre ha votado, no importa el candidato, lo interpretan como obligación (casi religiosa) es incondicional del PP. El revanchista, de aquellos que anclados en un antepasado muerto trasladan su resentimiento votando contra los políticos actuales que nada tienen que ver con la guerra, contagian a sus hijos su irracionalidad. Estos votos soportan a partidos totalitarios, el orwelliano PSOE post-Zapatero, comunistas y separatistas. El utilitarista, busca del voto «útil», propio de resignados, que votan a los que siempre han votado, aunque no confíen, porque la propaganda señala como peligroso otro partido extremista. El llamado voto útil, es decir, votar contrario a lo que se piensa en aras de un mal menor, es perverso, porque no representa lo que uno piensa, y porque es aprovechado por los totalitarios, manejando encuestas. El voto debe ser sincero, los cálculos de utilidades no es tarea del ciudadano, mentir siempre es erróneo. El forofo, es un comportamiento electoral masculino, que asimilan su opinión, a la de los aficionados a un equipo de fútbol, digamos sentimentales. Imaginan que las elecciones es una competición deportiva, quieren que ganen los de sus colores. No les importa el candidato que pongan, interpretan que votar es como practicar una afición, siempre encuentran motivos alejados de la racionalidad, de la gestión pública. Siempre votan lo mismo, suelen ser muy fieles, no se enteran de los enormes cambios del partido. Luego están los «reversibles», que son votantes instruidos, pero inseguros, normalmente tienen claro el bando, pero dudan del partido. Se parecen algo al utilitarista, y al forofo, pero se mueven. Cambian de voto, pero si su anterior opción pueden volver a ganar, entonces se decantan por el potencial ganador. Son frecuentes entre votantes que dudan entre PP y VOX. El votante miedoso, suelen ser gente mayor, jubilados con achaques, fácilmente impresionables por cualquier incertidumbre, creen que le deben sus derechos al Gobierno y se creen sus mentiras. Finalmente está el voto joven, incluyendo los que votan por primera vez. Es un auténtico cajón de sastre, irracional también, porque lo racional sería votar contra los gobiernos recientes, que no resuelven su empleabilidad, la descomunal deuda les condena a un estado de «bienestar» deteriorado. Es un votante que desconfía de los políticos, pero influidos por el adoctrinamiento socialista del sistema educativo. El voto racional debe dirigirse a aquellos que reduzcan el gasto público político y clientelar, y dejen de subir impuestos. De no ocurrir pronto, la rebelión no será catalana, sino de los hambrientos de pan y libertad.

Artículo publicado en Las Provincias

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