En España, las mentiras de los políticos no se penalizan en las elecciones.
Cada vez que hay elecciones políticas, se propagan eslóganes interesados y trufados de lugares comunes, para seducir al votante: hay que cambiar el modelo económico de desarrollo, invertir más en investigación, fomentar la igualdad, atraer el talento, becas, no seguir siendo un país de camareros. Parece como si la inversión fuera lo único necesario, se miente callando que lo pagaremos con más impuestos, o que lo pagarán los escasos ‘ricos’ que hay en España.
¿Qué puede crecer si regamos un campo de cemento? En un terreno bien abonado, la dosis apropiada de agua, en el momento adecuado producirá una buena cosecha. Ni el agua produce buena cosecha en un campo de cemento, ni la inversión de recursos en una sociedad adormecida en un confort que parece venir regalado. Con el tiempo y las mentiras de políticos tramposos, la sociedad adormecida, reclama más y más somníferos.
Cuando el Estado debe 1,7 billones de euros, no se sabe cómo financiar las pensiones, el gasto público aumenta, los impuestos suben, el Estado de bienestar se deteriora, el paro no baja del 13%, la corrupción no cesa, la maquinaria política dobla a la de los países avanzados, no se sabe qué hacer con las decenas de miles inmigrantes ilegales y menas, y los independentistas aprovechan toda debilidad gubernamental para vaciar el estado y romperlo, el análisis debería ser más profundo.
¿Por qué cuando las cosas no van bien, los españoles vamos mucho peor que nuestros vecinos? Los españoles tenemos algunas cosas buenas y otras no tanto, como los demás, pero cada país las suyas. Hoy nos ocupamos de lo mejorable. Nuestro ‘cemento’ se ha endurecido por: vergüenza del fallo propio; aversión al riesgo y al esfuerzo; desconfianza en las instituciones; esperar a que el Estado y la subvención pública nos regale todo; escepticismo en la justicia y el mérito; relajación moral y la preferencia de escuchar la mentira agradable antes que la dura verdad.
Estas debilidades tienen su explicación, pero hoy no la trataremos, como tampoco si para ganar las elecciones conviene o no, decir todas las verdades. El debate Pizarro-Solbes, conducente al segundo gobierno de Zapatero, mostró que los españoles prefirieron escuchar las mentiras de Solbes. Diez años después, el mentiroso lo confesó, pero nada evita el daño causado. En estas últimas elecciones, el día siguiente del escrutinio, Pedro Sánchez hizo lo contrario de lo manifestado en la campaña. Algunos políticos no tiene reparos en mentir para ganar, y en España, por la relajación moral imperante, no se penaliza electoralmente al mentiroso.
Nuestra realidad actual es que, los vendedores del humo del cambio tiene muchos seguidores. Los españoles, estamos adormecidos, anestesiados, desatentos a las oportunidades por falta de entrenamiento, por la deficiente educación, la cultura portadora de las citadas debilidades y una clase dirigente muy mejorable.
Si el cambio de modelo fuese solo un asunto de inversión en educación e investigación, tampoco se arreglaría porque no hay medios, pero desgraciadamente no es de dinero, es mucho peor y de lenta resolución, si se tomaran las decisiones adecuadas, lo que parece un milagro porque los partidos son incapaces de acordar nada que tenga que ver con estos asuntos. El problema es que el país es como un campo cubierto con una capa de cemento, no tenemos un terreno bien abonado para que crezca una buena cosecha. Hasta que no se retire la capa de cemento, el agua será desperdiciada.
La inversión de recursos de investigación en una gran empresa en marcha tiene alguna utilidad, porque saben aprovecharla, pero en otro lugar se difumina en una masa amorfa, se desperdicia. El cambio llega, lentamente, cuando una masa suficiente de la población espabilada y atenta, emprendedora y apoyada por la administración, puede canalizar sus ideas. Entonces se crea empleo y actividad económica. Se necesita la mentalidad en la masa de la población, que es la que puede crear el empleo y la actividad. Financiar a los académicos, con su cemento particular, sólo sirve para que hagan más cómodamente lo que siguen haciendo.
Si además, la población y la administración estuviese formada en valores cívicos y morales durante años, entonces el país progresaría lentamente. Lo demás son mentiras y el mito del cambio un eslogan vacío, aceptado por ignorantes y bribones.
Creo que el problema es cultural y educativo. Para nosotros el Estado no nos parece un Leviatán, que diría Hobbes. Muchos españoles se levantan cada mañana creyéndose con derecho a que el Estado nos lo garantice todo y gratis: educación hasta la universidad, sanidad, el trabajo, la vivienda. Los políticos se han acostumbrado a contarnos mentiras, y nosotros a no querer escuchar verdades, así que nos las creemos.
El cambio de modelo sólo se puede conseguir cuando toda una generación, desde pequeños, se educa en el esfuerzo, en que las cosas hay que ganárselas, en no derrochar ni robar, en cooperar , en respetar a los mayores y a las instituciones. También en saber lo importante que es saber divertirse, en respetar al prójimo y su libertad, practicar deporte, practicar los valores cívicos y morales. Necesitamos conexión moral.
Ahora, la población no está atenta ni despierta. El tamaño de las empresas es demasiado pequeño, tal vez porque los impuestos son demasiado altos. En la universidad pública hay mucha burocracia, mucha vanidad y mucha política de menudeo. La selección del profesorado es deficiente, la formación profesional debilitada, la universidad está desconectada de la empresa. Cada autonomía hace lo que quiere según los gobiernos, no hay continuidad de acción. Necesitamos fortalecernos espiritualmente, desde primaria. Sería mejor empezar de cero, donde estamos , y reconstruir el país, y concienciarnos como diría Kennedy, en qué podemos hacer cada uno de nosotros por el país, en lugar de pedir a los políticos que nos cuenten dulces mentiras, y creérnoslas. Tenemos que quitar la capa de cemento y abonar el terreno español; sin esta tarea previa, ni hay cosecha ni cambio.
El campo es España, el agua es la prosperidad y el cemento son las mentiras. Los regantes deberían ser los buenos políticos, que no tenemos, capaces de convertir los impuestos en riqueza.
Artículo publicado en Las Provincias