¿Educación universitaria para servir o para servirse?
Camino de las cinco décadas de experiencia lo mejor que uno puede hacer es decir lo que funciona mal donde ha trabajado. El sector público vive en un ambiente protegido,
la universidad se adapta a la forma de gobierno y su gestión en lugar de parecerse a una empresa se parece más a un ministerio. Es triste decirlo, pero los rectores obedecen al gobierno para recibir más recursos. Si el presidente es un psicópata autoritario, a través de la CRUE todos se contagian, dinero por obediencia, ese es el mercado. ¿Y dinero para qué? Pues para promocionarse los rectores, primero para continuar, y después para ver si ascienden con algún cargo que luzca.
Se supone equivocadamente que sus habitantes tienen sentido crítico pero es falso, tampoco tienen sentido patriótico. ¿Qué es el sentido patriótico? Es hacer lo posible por la continuidad y prosperidad del país, por no dejarlo peor que lo has encontrado, porque nuestros hijos no estén peor que nosotros. La forma de gobierno hace que los universitarios identifiquen la verdad con la opinión de la mayoría. Sus habitantes, como todos los humanos se mueven por incentivos, pero claro una vez conseguida la estabilidad, el ascenso, solo queda enseñar, investigar y medrar. Lo último que se preguntan los académicos es si hacen algo mal, y qué hacen en este mundo.
Pero si ven que el país está arruinado con una deuda de 1,7 billones, multiplicada por 4 en dos décadas, si 1.100 titulados universitarios emigran por no encontrar trabajos dignos. Si sus hijos y nietos tienen que emigrar para independizarse e intentar vivir como sus padres, para independizarse y formar una familia. Si el Gobierno miente por sistema, cambiando datos y los nombres de las cosas para que nadie entienda nada. Si ocupa todas las instituciones del Estado para perpetuarse, ¿cómo pueden vivir en paz? ¿No se sienten cooperantes del desastre nacional y culpables de los que lo pasan y pasarán mal, incluidos sus descendientes?
Evaluar una persona, organización, es expresar la opinión de que algo es significativo o importante, para alguien (el evaluador) en un tiempo y lugar. La evaluación correcta debe ser realizada por personas con experiencia, sensibilidad y capacidad de apreciación de detalles importantes de la función a evaluar. No creo en evaluaciones realizadas por máquinas, test, ni siquiera confío en pruebas meramente memorísticas con las que se evalúan altos, medios y bajos puestos de la Administración española.
Se habla de que los jóvenes son adictos a las pantallas, ¿Y los académicos y los rectores no? Desde hace dos décadas ha florecido la tiranía de las métricas, el negocio de los rankings y la desaparición de las oposiciones presenciales por el sistema de habilitaciones telemáticas. Se ha sustituido la subjetividad de una comisión de expertos elegidos por sorteo, por una habilitación digitalizada basada en cantidades de producciones donde ni se asegura la autoría real de un candidato en publicaciones de varios autores, o la multiplicación de publicaciones repitiendo ideas. Se producen montañas de basura científica que sirve para promocionarse y recibir medallas y galardones de hojalata. En 1975, los catedráticos eran el 2% del profesorado, hoy el 40%. Los titulados universitarios se empleaban con buenos sueldos, hoy emigran.
Hay rankings para todo, generales y sectoriales, para universidades jóvenes y para otras, para universidades sostenibles, igualitarias, inclusivas, para lo que usted quiera.
Los rectores que se contagian en la CRUE (conferencia de rectores) de todos los virus socialistas, se copian los unos a los otros, obedeciendo hasta en la propaganda contra Franco.
Los rectorados de universidades públicas gastan cantidades enormes para acceder a un ranking, porque la universidad paga para ser evaluada. Es un negocio muy lucrativo, parecido al de las editoriales de revistas, que se estimula con la IA. Los rectorados pagan (con nuestros impuestos) y exhiben lo que les conviene para presumir, y en cierto modo engañar, porque presumen en las páginas web engañando a inocentes que se lo creen todo, empezando por periodistas, que se hacen eco de todo tipo de rankings, desde los países más felices a los que más prostitución consumen.
El subjetivismo está mal visto, como si la opinión subjetiva de un experto eminente no fuese mas valiosa que la de mil ignorantes, con cuotas o sin cuotas. Vivimos en el reino socialista de la cantidad, la verdad es la opinión de la mayoría. Las minorías, y no digamos el individuo no pinta nada. La escuela austriaca de conocimiento que se basa en el subjetivismo y el individualismo metodológico, está proscrita, en la universidad española pública infectada de socialismo.
Los efectos de esta epidemia cuantitativa es un país arruinado espiritual y materialmente . El Estado sustituye a los dioses, el voto a la moral, la mayoría a la Justicia, la propaganda a la verdad. Traidores y canallas se refugian a diario en la administración del Estado para malversar y prevaricar con impunidad. Si lo subjetivo está proscrito, ¿qué se puede esperar de lo sagrado, de lo trascendente?. En España todo, hasta en la Conferencia Episcopal está secularizada. Por eso las iglesias están vacías.
¿Qué ocurre si la evaluación de una organización es equivocada? ¿Y si mediante ésta empeora en lugar de mejorar? La ciencia que algunos pretenden defender negando la crítica, se basa en el cuestionamiento sistemático de lo aceptado buscando lo todavía inexplicado. La cultura científica se basa en saber hacer, no en hacer saber. Esto último es propaganda. La cantidad, la prisa, la seguridad, no vale, no emplea, no innova.
Luce mucho decir lo que no se evalúa se devalúa, pero los que dicen estas frases no se suelen preguntar si la evaluación está bien hecha, se cree tan listos al pronunciarlas, que creen que los escuchantes lo dan por hecho que lo saben. Una consecuencia es que si las evaluaciones son incorrectas y se vinculan financiaciones o gratificaciones a los evaluados, el empeoramiento se cataliza y multiplica, como los que echan gasolina en un incendio, pues de la avaricia y la vanidad de lucir se libran pocos. Una mala evaluación acelera el daño multiplicándolo.
En la evaluación es importante saber qué es lo esencial para saber su valor. Lo natural es preguntar al comprador o usuario del bien o servicio ¿por qué quiere adquirirlo, qué espera de él? Supongamos que hablamos de la educación universitaria prestada por la universidad pública. En España se trata de una decisión familiar porque el coste es asumido por la familia, y el coste no es solo el gasto de matricula, está la manutención y frecuentemente alojamiento, y el coste de oportunidad de que mientras estudia en la universidad no está trabajando en otro destino alternativo. El 80% del coste de la formación universitaria de 1,5 millones de estudiantes se paga con impuestos, también de los que no usan la universidad..
Un porcentaje mínimo de familias es indiferente a la empleabilidad, la enorme mayoría quieren que sus hijos se empleen, se ganen bien la vida y se independicen. De manera que las familias opinan que si sus hijos se emplean dignamente la valoración de la “inversión” educativa es positiva, y si no, contentos no están.
Parece razonable pues, que el mejor indicador de eficiencia de los estudios universitarios es si el titulado se emplea y no, lo que dicen ningún ranking. ¿Cómo se evalúan las universidades públicas? Resumiendo, monitorizan su gestión con rankings . Mi UPV presume de estar entre las 100 mejores del mundo en sostenibilidad. ¿Cuánto le importa la sostenibilidad a las familias de los alumnos? Muchos de los criterios de los baremos de comparación, que eso es un ranking, ni se preocupan de lo que les interesa u opinan las familias.
Debemis citar al sociólogo americano Donald T. Campbell (1916-1996) que formuló la ley que lleva su nombre, y donde afirma que cualquier evaluación cuantitativa de personas u organizaciones, degenerará, produciendo efectos perversos y obtendrá resultados contrarios a los buscados. Los rankings van en la dirección contraria a la excelencia, que sería la mejora habitual y continuada respecto a un criterio razonable, sin propaganda, sin cantidades que es el demonio que contagia a los rectorados de las universidades públicas españolas, hace ya dos décadas.
Alguien debería cuestionarse qué se hace mal cuando llevamos varios años en los que 1.100 titulados universitarios tienen que emigrar de España porque no hay actividad económica privada que emplee. Exhibir presuntos científicos excelentes en la ventana digital de la universidad, cuya excelencia se basa en cantidades de publicaciones, se parece a la exhibición de señoritas agraciadas en las ventanas de casitas del barrio Rojo de Ámsterdam, que también serían capaces de demostrar cantidad de satisfacciones.
¿Cuántos, cuándo, donde, cómo, esos científicos que publican decenas de artículos al año, algunos incluso sin contacto con los alumnos, favorecen la empleabilidad de alguno de los titulados que emigran? Los medios derrochados en la producción de las cantidades de publicaciones son saqueados vía impuestos incluso a los que no les sirven para nada, desvían a los jóvenes investigadores, haciéndolos prisioneros de un sistema putrefacto de producción de conocimiento fungible.
El estatismo socialista sabe que la propaganda cambia la verdad sin que los engañados se enteren, y sabe halaga la vanidad de los científicos sacándolos en la web de la universidad. Sacarlos para atraer alumnos es tan “beneficioso” a las familias como exhibir a las señoritas en las ventanas holandesas. Los alumnos vienen a estudiar porque la formación está regalada al 80%, y porque ignoran que no emplea. Pero no por los científicos asomados en la ventana de la universidad.
Uno de los más grandes males de las organizaciones es la torpe evaluación principalmente porque propagan el daño y nadie lo vigila. Si se trata de una organización privada, con el tiempo desaparece, pero si es pública, como se financia con nuestros impuestos, permanece. Si además favorecen intereses políticos, convienen criterios de evaluación que favorezcan intereses estatistas de continuo crecimiento del sector público.
Para saber si una organización mejora hay que saber la opinión las preferencias de los destinatarios, usuarios o consumidores del bien o servicio prestado por la organización.
Por ejemplo, en el servicio prestado por una universidad pública española, ¿a quién, cuando y qué hay que preguntarle si es eficiente?. La universidad en España no la pagan los estudiantes, sino sus familias. Pues habría que preguntarle a las familias si están satisfechas y qué es lo que buscan al financiar la educación de sus hijos.
Una organización evoluciona eficientemente en un intervalo temporal si alguna persona de la organización ha mejorado sin que haya empeorado ninguna otra persona. Este criterio de mejora fue ideado por el ingeniero y sociólogo italiano Wilfredo Pareto (1848,1923). Respecto al objetivo prioritario de las familias de los estudiantes, esto significa que la universidad mejora si lo hace la empleabilidad, y eso no lo miden los rankings, la universidad podría ahorrarse mucho dinero. Los planes estratégicos de las universidades se podrían dirigir a ese fin y dejarse de juegos artificiales y propaganda.
No es lo mismo evaluar a una persona física que a una organización. Tratándose de personas, el todo no es la suma de las partes. Este pequeño detalle despista y equivoca a demasiada gente. El criterio no debe influir en el proceso, no estimular bajos instintos. A veces no es fácil distinguir, lo esencial de lo complementario o marginal. La dificultad de medir lo que no es medible empuja a tener en cuenta lo secundario. Los aspectos psicológicos y emocionales son importantes y difíciles de cuantificar. No todo es traducible en cantidades y hay una tendencia a comparar con cantidades. Una gran cantidad de aspectos secundarios no pueden equivaler a esenciales, ni obras colectivas a obras individuales. Hay efecto contagio entre evaluadores.
Por si fuera poco, los métodos de evaluación deberían evitar intromisiones políticas, pues no es infrecuente la búsqueda de motivos para intervenir, regulaciones para compensar presuntos excesos, coartadas para aplicar discriminaciones positivas. También deben evitar la búsqueda de atajos, como el falseamiento de autorías
Criterios socialistas con propaganda capitalista genera pobreza y corrupción.